jueves, 25 de febrero de 2010

EL "UN , DOS ,TRES" DE PACO Y LOS GORRIONES DE CANDY...




Cuando  era pequeña, ensimismada observaba a los otros creyéndolos gigantes, sintiéndome   como una  diminuta espectadora de  un cuento de hadas. A mis cuatro años, esperaba por horas, sentada frente a la puerta de roble de aquella añosa casa hasta que se abriera. Sin duda, mi fascinación era gatillada por la curiosidad  que  me producía el secreto que escondía, tarde tras tarde, mis ojos inquietos buscaban observar a través de la luz  que emanaba desde dentro.
Y la música.

Y las carcajadas, en un tiempo en que las risas eran escasas, el silencio era una forma de preservar la vida.
Cada cierto tiempo nos reuníamos en la sede vecinal. El alcalde discursaba sobre la libertad y la igualdad, aunque  yo  no entendía mucho ni de paridad ni derechos. Solo sabía que éramos pobres, sin comprender el significado de tan cruda palabra. A diferencia de los demás niños, ese tipo de reuniones me desagradaban, y más aun, cuando la gigante que acompañaba al alcalde sonreía con una falsa mueca, que seguramente escondía el miedo que le provocaba el roce con los niños del barrio. ¿Quizás porque éramos pobres y eso podía ser contagioso? Más a mí, realmente no me importaba .Estaba más interesada en  las gigantes que entraban a la casa añosa de luz, la casa del Paco.

Cada vez que lograba escapar me dirigía hasta allá, lo cual siempre me trajo una que otra reprimenda, todo por culpa de la señora Myriam que le decía a mi mamá que esa era una “Casa de remolienda” y que no debía dejarme estar ahí, menos mal que mi tía María, siempre  le discutía que Paco era artista y que ese era su trabajo, suavizándome los castigos.

Yo recuerdo que mi hermano  mas grande, asustándome, me decía que era raro que un hombre se llamara Paco, porque los pacos se llevaban a la gente y si me quedaba mucho tiempo mirando afuera, me podían llevar y desaparecer como varios que desaparecían en la población, sobretodo en las noches. Yo, no le creí, porque nunca le tuve miedo. Él era para mi como un ave, porque sus brazos se movían siempre al mismo sonido, semejando alas. A veces cuando estaba la puerta entreabierta lo escuchaba desde afuera contar...

_”Un, dos, tres”…

Curiosa, me ponía en la punta de los pies a mirar por la ventana, a ver si advertía a quien le enseñaba a contar. ¿Seria a las gigantes?, pensaba, aun cuando  era raro, porque con mis cuatro años, yo ya contaba hasta en inglés, quizás podría enseñarles también. Así aprenderían más rápido, porque eran varias, he imaginaba que se le haría difícil enseñarles a todas a la vez. Deliberaba que Paco se cansaba, porque el “uno, dos, tres” era de toda la tarde y hasta la noche. Antes del toque de queda, incluso.

Con el tiempo pude descubrir el misterio,  ya que el me dejo  entrar a su casa y observar a las gigantes sacarse la ropa para ponerse vestimentas de colores brillantes.

Y plumas…Muchas plumas y tacón.                           

 En el living, corrían los sillones y las situaba en fila. Y “el uno, dos, tres“, se convertía en una coreografía de cisnes Danzantes.


Aun recuerdos mis ojos embelesados en el brillo de los zapatos de lentejuelas doradas y el reflejo en el piso de madera.

A veces me daba por imitarlas, y riendo a ratos, me subía a  algún zapato de tacón brillante y bailaba, jugando a ser una gacela. Parecía que lo hacia bien, porque aun cuando mi vestido no era de lentejuelas, las gigantes me observaban sonrientes, cómplicemente, enseñándome  posturas coquetas, que yo reproducía exageradamente.


Una tarde de otoño,  sucedió un hecho excepcional. En una citroneta  roja  apareció  una gigante  bellísima de cabellos rubios  y  zapatos de tacos dorados. Yo nunca había visto una mujer más agraciada ni majestuosa. Vestía  un abrigo de piel de conejo gris y tenia la boca pintada con rouge rojo y unos ojos intensos, tan lumínicos, como los de la Sarita Montiel, y me sonreía, mientras le decía a Paco que  en mis ojos veía volar  la inocencia.

El respondía que yo también era un gorrión. A lo cual,  sonriente, la gigante bonita saco una moneda de 1 peso y la puso en mi mano. Después  que ella se fue, al preguntar el me dijo solamente que se llamaba Candy y que era una bailarina famosa. Yo lancé una carcajada porque su nombre me pareció extraño, se llamaba como los dulces que me compré con la moneda que me regaló.


Paco me dijo que las dos éramos las de nombres maravillosos,  ya que yo tenía el nombre de un gorrión de París que Candy escuchaba, por las mañanas, acordándose del lugar donde había vivido largos años. Durante  mucho tiempo imaginé un pájaro cantándole en la ventana, mientras ella se maquillaba, para actuar al ritmo del “un ,dos, tres”.


En el vuelo del vivir, los cambios en mi vida fueron inevitables…

Mi familia se mudo de ahí, pero siempre quedaron dentro de mi pecho esos mágicos recuerdos de niña.

En la piel del alma llevo tatuados los nombres  de Paco Mairena y Candy Dubois.

Y a veces, en soledad, recordando sus sonrisas y mirándome al espejo, hago una que otra coreografía, libre, pensando que con mi baile la magia de la inocencia es atraída un poco.

Pensando en él… lo imagino, en el “un , dos, tres” enseñándole a bailar a las nubes..

Y Candy, a su lado, escuchando a los gorriones…